Ser consumidor responsable implica minimizar el impacto negativo sobre el medio ambiente y procurar un efecto positivo en la sociedad, considerando variables éticas y ecológicas.
Invitan a pensar en el impacto ambiental y social antes de consumir
Romina Salgado cultiva el «buen vivir» desde Curiñanco.
Gran parte de nuestras actividades cotidianas están asociadas al consumo de alimentos, ropa o a una multiplicidad de servicios que tienen un impacto ambiental y social. La magnitud del impacto que generemos depende de las decisiones que se tomen al momento de consumir, en especial en esta fecha, cuando tradicionalmente aumenta el consumo por las fiestas de fin de año.
Desde Curiñanco Romina Salgado cultiva productos agroecológicos aplicando en todos los procesos prácticas ancestrales que se han mantenido en su familia. Desde esa perspectiva y como «productora responsable» opina, “muchas personas siguen la sustentabilidad por moda; te da cierto estatus. Si hasta Coca cola tiene una línea orgánica y se vuelve moda. O comprar agua en una botella ¿y su huella de carbono?… No sé si todos estamos conscientes de lo que consumimos, en los jóvenes veo una tremenda esperanza, los veo más inclusivos y más conscientes”, reflexiona.
Al referirse a algunos principios que están en la base de su trabajo señala, “todo se utiliza, nada se desperdicia”. Con esa lógica reincorpora las cáscaras de habas o arvejas para abonar y mantener la humedad, por ejemplo. O bien recurre a la rotación de cultivos cuando le interesa recuperar nutrientes.
“Las papas absorben todos los nutrientes, después cultivo habas o arvejas para que el suelo recupere nitrógeno. Si ataca una plaga, en la temporada siguiente desinfecto sembrando avena y esa avena se la doy a mis animales”, acota.
“Químicos no utilizo. Lo más químico que pueden tener mis procesos es cuando se acaba el agua de lluvia que junto para riego y debo recurrir al agua potable que tiene cloro. Si necesito fósforo, recurro al abono que me dan las aves. Para nitrógeno, al de las ovejas”, agrega. Como resultado de estas prácticas, de su preocupación y trabajo diario, las verduras, frutas, hortalizas y hierbas que ofrece tienen sabores intensos, colores y fragancias naturales. “Aunque se descompongan antes y no sean tan brillantes”, advierte y aclara que en precio estos productos no pueden competir con los del supermercado.
Consumo ético
Desde la tribuna del consumidor consciente o responsable, distinguir entre necesidades reales e impuestas es uno de los primeros llamados a la conciencia, considerando la austeridad como un valor (consumo ético), donde los hábitos de consumo se cambian por un modelo de bienestar y felicidad que no se basa en la posesión de bienes materiales.
Consumo solidario
“Lo que comemos día a día viene de alguien que conocemos”, señala Úrsula Fernández, socia fundadora de la Cooperativa La Manzana, iniciativa que hace 10 años promueve el consumo local, justo y responsable. “Son productores que tienen cara, que tienen nombre, que sabemos dónde viven, entonces hay un compromiso fuerte de nuestra parte por seguir alimentándonos de sus productos y eso hace que las economías de esos productores sigan y ellos mantengan un buen pasar”, señala subrayando la importancia que tienen las cadenas cortas de comercialización.
Frente a la actual crisis sanitaria este aspecto cobra aún mayor relevancia. “Los productores saben que les vamos a comprar semanal o mensualmente. No se han encontrado con una cortina espesa de COVID sin saber si van a poder vender o no sus productos”, añade Úrsula.
“Es como un círculo virtuoso. Tener una Cooperativa nos hace bien a nosotros como socios, porque estamos reactivando la economía local, nos estamos alimentando bien y a los productores también les hace bien tener un grupo de personas que les respetan, que están preocupados por ellos. Hay unas redes de soporte que son muy bonitas…”, explica.
Consumo ecológico
Las variables medioambientales asociadas a los impactos de los residuos generados también deben considerarse. Y en este punto el llamado es a orientar nuestras acciones hacia prácticas de reducción, reutilización y reciclaje de residuos. En ese contexto, una de las afirmaciones con mayor sentido es la que se promueve desde la Unidad de Gestión Ambiental al indicarse que “no hay mejor residuo que aquel que no se produce”. Limitar el consumo a aquello que realmente se necesita y evitar productos envasados en plástico, aluminio o plumavit privilegiando envases reutilizables o biodegradables, son acciones que reducen residuos. En esa línea existen cada vez más iniciativas en el mercado, como Eco Granel, que nació como un proyecto de estudiantes de Ingeniería Comercial de la UACh el 2018 y hoy tiene presencia en varias ciudades del sur, ofreciendo productos a granel e incentivando el uso de envases reutilizables.